La acción más democrática no siempre ha sido tan privada y tan justa. Hubo una época en la cual los baños no se tenían escondidos al fondo a la derecha. Los antiguos romanos y griegos inventaron un sistema de baños comunitarios al cual se acudía con el mejor amigo, con la novia, o incluso con toda la familia. Pero con la caída del Imperio muchos de los avances de la ingeniería romana se perdieron y los europeos volverían a las primitivas letrinas. Según avanzaba la Edad Media, solían hacer sus necesidades en recipientes que luego vaciaban por la ventana, en cunetas que estaban a los lados de la calle, por lo que, salvo que lloviera a menudo, el olor debía de ser nauseabundo, y la salubridad inexistente. En Francia, para la nobleza, era común el uso de sillas con orinal, pero lo usual era orinar en las avenidas de los palacios. Empezaron a verse por las calles, portadores de letrinas ambulantes con una gran manta que aseguraban la intimidad para aliviarse.
No fue sino hasta el siglo XVIII cuando se volvió a creer en los baños.
Los primeros inodoros que se construyeron eran de porcelana, y eran decorados, puesto que la empresa que los empezó a fabricar se dedicaba a la manufactura de vajillas de ese mismo material, y la costumbre de decorar los platos y vasos se transportó hasta los sanitarios. La acción escatológica alcanzó la manoseada privacidad cuando se intentó evitar los malos olores y la insalubridad, de ahí su nombre de “inodoro”. Las siglas de W.C. proviene del inglés water closet, “armario (o gabinete) del agua”, referido al hecho de que solía tratarse de una habitación pequeña en la que estaban no sólo el inodoro sino el baño y el lavabo, todo lo relacionado con el agua.
[En la imagen el toilet de María Antonieta]
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