La fragilidad y vulnerabilidad del ser humano ha provocado que el hombre sienta la necesidad de aferrarse a determinados objetos y símbolos con los que ha establecido un vínculo inmaterial, a veces afectivo, a veces espiritual, a veces irracional y enfermizo. Un ejemplo de ello son los amuletos en forma fálica que han sido creados desde la Prehistoria. En la Roma Antigua era habitual encontrar estos amuletos colgados en las entradas de las casas o en su interior, su finalidad era la de proteger y atraer el bienestar para la familia, evitando el llamado "Fascinus" (hechizo por el mal de ojo).
Pruebas abundantes de tales creencias se encuentran en las ruinas de Pompeya, destruida por la erupción del Vesubio en el año 79 d. C., los ejemplos incluyen amuletos y colgantes de la buena suerte en forma de falos con alas y patas traseras con campanitas a ellos unidas. Las lámparas domésticas tenían colgantes en forma de falos, y las mesas estaban sostenidas por figuras fálicas. Con frecuencia los suelos de mosaico estaban pintados con un falo, y tales imágenes se incorporaban con frecuencia a los muros, y también en las lápidas.
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